Telecirco

24/03/21 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Miserias humanas aventadas públicamente. Negocio impúdico de la intimidad. Pornografía mediática con la violencia de género en el foco. El espectáculo catódico resulta obsceno y bochornoso. Pero el parné es el parné, que se diría en lengua caló. El montante global del telecirco montado es indeterminado; eso lo habrán calculado los hábiles directivos del emporio televisivo especializado, desde su creación, en contenidos de plaza de abastos. El cotilleo de mentidero es el leitmotiv del grupo y lo que ha convertido a Mediaset en la televisión privada más rentable de España y Europa. Es una fórmula —la suya— que funciona y que, como es lógico, con esa rentabilidad continuará y continuará hasta que la audiencia le dé la espalda; pero no parece que eso vaya a ocurrir en breve con la mentalidad social imperante en este trágico país.

Encuentro triste —y hasta patético— que alguien desvele al mundo sus más íntimos desvelos, ni aun cuando ese desahogo significara una supuesta catarsis. Todos deberíamos ser celosos de nuestra intimidad personal; a ese rincón solo deberían acceder aquellos pocos con los que nos unen lazos sólidos atados por los sentimientos. La justificación del show en aras de la sensibilización social sobre la manida violencia de género tendría un pase si la película fuera "desinteresada". Pero no es el caso. Y es que la mercantilización de los asuntos personales es muy atractiva. Se dice, se rumorea, se comenta que la señora Rocío Carrasco, podría haber cerrado un contrato de hasta un millón de euros por su entrevista telecirquera. Lo de documental es un cuento porque no existe contraste periodístico alguno, sino la retahíla de la compungida protagonista (además, en entrega seriada para, así, explotar al máximo la fábrica del colorín). Se especula conque la señora impuso hasta el despido de su expareja, que venía viviendo también del cuento catódico en esa cadena desde que se hizo popular al emparentar con la saga. La realidad solo la conocen los implicados, que vivieron los desencuentros y trifulcas, y los muy allegados pero, al margen de certezas pecuniarias, el numerito —que no ha hecho más que empezar— ya ha supuesto una revolución mediática. Es indignante que medios de comunicación públicos, que pagamos todos, se alíen y contribuyan al esperpento dedicando horas y horas al análisis del circo. Para eso, no están —no deberían estar— los medios pagados por todos.

No hay que entrar, ni siquiera, en las declaraciones de esta mujer, cuyo único mérito conocido es ser hija de una cantante y un boxeador. Un juicio público paralelo, como éste al que asistimos es, básicamente, un negocio vil y miserable servido en bandeja al vulgo con la complicidad de medios de comunicación y, cómo no, políticos. El tema candente en nuestro tiempo de la violencia de género es la carnaza a la que se lanzan prestas las abanderadas de la causa. Le faltó tiempo a la Montero, como a otros muchos políticos, para aprovechar la oportunidad de figurar —estamos en campaña electoral— y salir en defensa de la mujer supuesta víctima de malos tratos y pedir respeto para ella. Lo que diga la justicia no es importante, ¡qué va! Así que el resultado de los litigios, que hasta ahora ha exonerado a la expareja y padre de sus hijos, no tiene trascendencia alguna. Lo que interesa es el relato de parte, lo que esta señora destile en su lacrimógena intervención televisiva. 

Lo ocurrido entre esas dos personas y sus hijos solo lo saben los implicados. Cada cual tendrá su propia visión de los hechos, su propia realidad. Y llegados, desgraciadamente, a una situación familiar grave, el juzgado es el lugar en el que dirimir los sucesos. Las sentencias se podrán compartir o no, pero se han de respetar. No vale creer en la justicia solo cuando interesa, cuando beneficia nuestra posición dándonos la razón. El descontento es legítimo al igual que el derecho al pataleo; pero airearlo lastimeramente y recibir por ello pingües beneficios es inadmisible. La respuesta del agraviado no se ha hecho esperar y, de nuevo, el Juzgado tendrá vela en el entierro.

Ya en la antigua Roma, los Césares sabían qué hacer para distraer al pueblo y apartarlo de los asuntos de Estado; había que dar alimento y propiciar entretenimiento: pan y circo. De lo segundo, veinte siglos después, estamos bien despachados.

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