Tengo una amiga enfermera que alguna vez me ha contado anécdotas de sus guardias hospitalarias. Algunas de ellas las consideraba increíbles e incluso pensaba que me estaba intentando tomar el pelo pero, que me perdone mi estimada amiga, sus historias se han quedado en pañales en comparación con las que cuenta
Elisabeth G. Iborra en
La medicina todo locura (
MR Ediciones), un libro que debería ser recetado para curarnos de ese mal de humor que parece estar empeñado en quedarse a vivir en la sociedad actual.
Confieso que me perdí sus
Anécdotas de enfermeras -libro que ya tengo anotado en mi lista de pendientes-, pero afortunadamente he podido disfrutar de
La medicina todo locura, con el que no he dejado de sufrir numerosos y continuos ataques de risa. No creía que podía dar tanto juego un
Efferalgan. Aunque casi que es nada comparado con la gota de mercromina de la señora con gusanos en una herida.
Muy bueno el capítulo de
Tribus de pacientes, donde te encuentras desde el
paciente poyaque hasta el
ya que está usted aquí. A muchos de esos los conocemos y también los hemos sufridos en otras facetas de la vida (Y que me sigan perdonando algunas amistades).
Medicamentos mal pronunciados, objetos sí identificados que aparecen en lugares nada humanos (en relación a los artilugios en cuestión que, en condiciones normales, nunca deberían haber pasado por ahí), problemas de higiene y un sinfín de anécdotas rocambolescas contadas de una forma desenfadada y divertida.
También los médicos y enfermeras se llevan su repaso. Y mucho cuidado con encontrarse con las sanitarias negras. Con ellas es mejor no tentar a la suerte. Aunque para tentar... a las tetonas. No se asusten. Tomen un
Nabotil y a leer... y reír
Sintrom ni son.