Recientemente se ha aprobado en el Congreso a petición del grupo
parlamentario socialista, a lo que se sumaron todos los demás grupos
parlamentarios a excepción de los populares, la paralización de la implantación
de la ley de Educación, promovida por el ex ministro Wert, conocida como Lomce,
lo que supone, en la práctica la necesidad de una nueva Ley de Educación,
habida cuenta que parte de esa ley ya se estaba implantando de manera
progresiva, quedando ahora la comunidad educativa en un auténtico agujero
negro. Se eliminan las reválidas, pero no se sabe a qué se va a volver.
Lo que es francamente indignante es que a las alturas de curso que
estamos, transcurrido ya prácticamente el primer trimestre del curso, el
alumnado no sepa de que va a examinarse, y el profesorado no tiene claro que es
lo que debe de explicar, y que es lo que va a entrar en la selectividad, caso
de que se vuelva a ella.
La Lomce, una ley hecha a espaldas de toda la comunidad educativa, que
contaba con el rechazo de todos los grupos políticos a excepción de los
populares, que fueron los únicos que lo apoyaron, supone un auténtico paso a
tras en la concepción que a día de
hoy, en pleno siglo XXI se ha de tener de los que debe significar una ley de
educación para el país.
Esta ley, de fuerte contenido ideológico y sectario, supone la vuelta a
una de las premisas fundamentales de todos los regímenes totalitarios, tratando
de inculcar en los más jóvenes una ideología afín a sus intereses, eliminando
asignaturas como la Educación para la ciudadanía, de fuerte contenido
democrático, e implantando la Religión como asignatura evaluable. O poniendo
fuertes trabas al acceso del alumnado con menor poder adquisitivo a los niveles
de educación más elevados. Y no hablemos de las trabas que se imponen para el
normal desarrollo del currículum, condenando a niños y niñas de pocos años a no
poder seguir un bachillerato y por consiguiente una carrera universitaria,
cuando aún están en pleno proceso de formación y madurez.
Una ley de Educación, en la que tiene que haber un consenso entre todos
los partidos políticos, buscando un pacto de estabilidad y asegurando unos
planes educativos para un buen número de años, tiene que estar desprovista de
un contenido ideológico partidista. Al alumnado no hay que adoctrinar, hay que
enseñar, y sobre todo hay que preparar para que pueda aprender. No se trata de
imponer un gran número de materias y un amplio currículum. Hay que enseñara a
pensar. Hay que educar para la convivencia y para la democracia, en la cual,
creo, que todos participan. No se le pueden hacer concesiones a la Iglesia para
contentar al ala más reaccionaria de la sociedad. Estamos en un estado laico y
aconfesional, y una ley de educación debe plasmarlo y afianzarlo.
Lo que no se debe de consentir, por otro lado, es que el texto de esa
futura ley, si se llega a hacer, sea de nuevo consensuada por unos partidos
políticos, de espaldas a la comunidad educativa. Las leyes, han de hacerlas los
profesionales a los que ha de afectar, aunque después los partidos políticos le
den forma de ley. Pero no es posible que unas personas, que no han pisado un
aula se puedan poner a elaborar unas leyes con unos criterios que desconocen y
a los cuales son totalmente ajenos.
¿Por qué no se pone de ministro de educación un docente, o de sanidad un
médico? ¿Qué problema hay para pedir la opinión, el dictamen de los
interesados? La respuesta es obvia. Van a pedir, a solicitar unas medidas que
los políticos no están dispuestos a dar. Se pide calidad al enseñante, se le
exige una profesionalidad, de la
que los políticos carecen. Interesan mucho los resultados. El nivel de
aprobados, cumplir el currículum, pero cada vez más se eleva la ratio de
alumnos por aula, cada vez más se recortan las medidas de apoyo, cada vez más
se exige al profesorado que rellenen cientos de formularios, que al final nadie
lee, pero que quitan un tiempo precioso que se le podía dedicar al trabajo en
el aula.
Si se le pregunta al profesorado cómo debe ser una ley de Educación, éste
pondría sobre la mesa una serie de reivindicaciones que los políticos, en aras
de la economía, no estaría dispuesto a asumir. Después, el fracaso escolar es
culpa del docente, o se mira para otro lado cuando se piden medidas correctivas
para los fallos del sistema.
Lo que debería estar claro para todos los grupos políticos, es que si no
se invierte en educación, pero de una manera real, se está cerrando la puerta
del futuro a toda una generación que tendrá que afrontar la pérdida de calidad
del sistema educativo. Y estoy hablando de la Enseñanza pública.
A lo mejor, es que a ciertos partidos políticos les interesa más
potenciar la enseñanza privada, haciendo de ella un grupo de élite al que sólo
tengan acceso un grupo de privilegiados.