Violencia degenerada

15/06/21 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Vil, miserable, dantesco, monstruoso… Inconcebible. Los adjetivos quedan cortos para calificar los crímenes de Anna y Olivia. La opinión pública, no solo de España, seguía con interés —y morbo también— la extraña desaparición de las pequeñas, aparentemente secuestradas por su padre. Más de un mes de pesquisas y de informaciones trufadas de opiniones, que pretendían dibujar el perfil psicológico del padre y despejar la intriga. Con el hallazgo del cuerpo de la pequeña de seis años llegó la cruda y brutal realidad. Y transcendía que los investigadores manejaban, como única posible, la hipótesis del asesinato y posterior suicidio desde el primer momento.

Todos nos sentimos consternados y profundamente sobrecogidos. Pensar en Beatriz, la madre de las niñas, nos hace palidecer. Posiblemente, no haya mayor sufrimiento en vida para una madre. O tal vez sí, porque la incertidumbre puede llegar a ser más doliente, más lacerante, más insoportable: ese era el propósito del maldito asesino; por eso tiró los cuerpos de las criaturas lastrados en un fondo marino de mil metros. Conmueve saber que ella está teniendo presencia de ánimo para expresarse públicamente a través de una carta. Puede que ese gesto le ayude mínimamente a sobrellevar una tragedia que la dejará marcada para el resto de su vida. Ella y la familia directa de las pequeñas son las víctimas; las colaterales son los allegados del asesino, cuyo estigma les perseguirá adonde quiera que vayan. 

Cuando se producen sucesos de esta magnitud, se genera un terremoto social, mediático y político. Es tema de comentario general. Se habla de ello en todas partes y a todas horas. El foco público se centra en la barbarie cometida por un psicópata. Y de nuevo, sobre la mesa, la violencia machista como eje del debate y la discusión. 

Soy de los que piensa que la malicia es una "cualidad" humana. Hay gente perversa, hay gente malvada… Hay gentuza. Hay hombres viles y miserables, claro que sí. Pero también hay mujeres viles y miserables, y homosexuales viles y miserables, y transexuales viles y miserables… Y así hasta recoger todas las manifestaciones posibles del ser humano. No podemos negar que la historia de la sociedad está marcada por el llamado machismo. Y tampoco se puede negar que, aunque reducido, ese sesgo masculino todavía hoy existe en forma, a veces, de micromachismos, que hasta incluso yo cometo de forma casi inconsciente por herencia educativa posiblemente.

El problema reside en la criminalización colectiva del género masculino sobre el que parece pesar la presunción de culpabilidad, y no de inocencia. Hay comportamientos masculinos reprochables y denunciables, por supuesto que sí; pero también los hay femeninos. Podemos recordar el asesinato del pequeño Gabriel —al que conocían como el 'Pescaíto'— a manos de la pareja de su padre, una mujer llamada Ana Julia Quezada, condenada a prisión permanente revisable. O, más recientemente, el pasado 31 de mayo, una madre mató a su hija de cuatro años con barbitúricos como venganza contra su expareja, a la que llevaba extorsionando emocionalmente desde la separación. La mujer es asesina confesa y ha reconocido la autoría del crimen ante el juez. Este último caso ha tenido poquísima repercusión mediática. 

La estadística en España sobre la muerte violenta de menores es, además, confusa. El Gobierno —a través del Ministerio de Igualdad— aporta unos datos diferentes a los del Instituto Nacional de Estadística. Solo contabiliza los menores asesinados a manos de un varón, y no la totalidad de las víctimas mortales menores de edad. La información se puede contrastar en las webs del Ministerio y del INE, y está al alcance de cualquiera que tenga interés. Con el estado de opinión predominante, camino del pensamiento único, la mujer cuenta con el beneplácito social de antemano. Lo que diga una mujer es verdad —«Hermana, yo sí te creo»— hasta que se demuestre lo contrario. Lo que diga el hombre es mentira, hasta que se demuestre lo contrario. 

No estamos en una lucha de sexos, aunque algunos y algunas se empeñen en ello. ¿Qué es eso que dice Irene Montero de que tenemos que tener una Justicia "feminista"? La Justicia no puede diferenciar el género en un crimen porque dejaría de ser justicia igualitaria para ser justicia ideologizada o sesgada. 

Cualquier tipo de violencia ha de ser perseguida y castigada sean quienes sean la víctima y el victimario. Cualquier acto violento debe ser condenado; pero las presunciones siempre han de ser de inocencia. No es lícito otorgar al género culpabilidades o inocencias. Los prejuicios nunca deben estar en la ecuación. 

El execrable crimen de Anna y Olivia es una tragedia que encoge el corazón a cualquier ciudadano de bien. La utilización política de este suceso demuestra, una vez más, que nuestros dirigentes son, a menudo, seres indignos que aprovechan cualquier oportunidad para imponer ideologías.

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