Me llamaron a la emisora. Era mediodía del día de los Santos Inocentes. Como mandaba la tradición, había preparado algo para el magazine, tipo inocentada, y el contenido, en su mayoría, estaba ‘enlatado’.
Salí del locutorio tras dar paso a un bloque publicitario, cuando me pasaron una nota que decía: “Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre. Antonio Banderas va a ver hoy el espectáculo”.
Tras leerlo, esbocé una sonrisa y dije: “lo del espectáculo, cuela, porque hoy es jueves y toca. Pero lo de Antonio Banderas se lo va a tragar Rita la Cantaora…”. Una reacción lógica, tratándose de que era jueves 28 de diciembre y de que el riesgo de caer en una inocentada sobrevolaba el entorno cual espada de Damocles.
Así que volví a entrar en el estudio para realizar una entrevista telefónica. Al finalizarla, nuevo bloque publicitario. Una vez más, salí del locutorio para indicarle al compañero de control (un entonces joven melenudo llamado David Gallardo) qué grabación en ‘falso directo’ íbamos a emitir a continuación.
En ese instante, sonó el teléfono directo de control. Me llamaban desde la Real Escuela del Arte Ecuestre y ésta vez no era una nota escrita. Llamaban desde el Gabinete de Prensa. En ese instante pensé: “tiene toda la pinta, pero… ¿y si no es una inocentada?”.
Lo siguiente fue correr en busca de una grabadora. Mientras subía (que Dios me daba alas) le decía al compañero de control qué grabación debía emitir si no había regresado al acabar la que estaba sonando.
Corrí desde la emisora en la calle Guadalete hacia el Recreo de las Cadenas, pensando en el muñeco de inocente que me iban a colgar, bien al llegar allí, bien al volver la radio.
Recuperando el aliento, pasé el control de seguridad y… “¡nadie! ¡ni un medio de comunicación! Lo sabía. Ésto es una inocentada como la copa de un pino”, pensé. Un soplo de alivio se apoderó de mi semblante cuando pude ver al entonces compañero fotoperiodista Enrique Corrales, de Información Jerez.
-¿Tú también has picado? –me preguntó.
-Creo que sí. Fíjate, que he metido una grabación… Me tengo que ir en nada…-le respondí.
-Pues yo no he visto a nadie, y no se puede entrar durante el espectáculo –me informó.
Justo en ese instante… empezó a salir el público. La función había concluido. Nos miramos, giramos la cabeza y, caminando, en dirección a donde nos encontrábamos, reconocimos a una comitiva más propia de Hollywood que de Jerez. Junto al entonces director de la Real Escuela, y creador del espectáculo ‘Como bailan los Caballos Andaluces’, Álvaro Domecq, Antonio Banderas y Melanie Griffith. Tras ellos, su madre y también actriz Tippi Hedren, junto a sus nietos y el padre de Melanie, Peter Griffith.
Corrales empezó a disparar con su cámara, pese al afán de los guardaespaldas, que trataban de impedir nuestro trabajo. Pese a la presión de uno de los forzudos enchaquetados, que me apartaba con el brazo, empujándome, alargué mi mano, mostrándole la grabadora. Levanté el cuello todo lo posible y llamé al famoso actor, alzando la voz:
-¡Antonio, Antonio! ¿un saludo para los jerezanos?
Y Banderas se giró hacia mí, asintiendo. Apenas fueron dos minutos de entrevista, en la que el actor malagueño confesó sentirse maravillado por el espectáculo ecuestre y por su elegancia. Ahora no sorprendería tanto: Banderas viene a menudo por España, Andalucía y, por supuesto, por su Málaga natal. Pero en 1995 Banderas era muy poco accesible. Triunfaba en Hollywood y junto a Melanie eran perseguidos por las cámaras de manera constante. Era la pareja de moda, estaban en Jerez, sólo dos periodistas estuvimos con él… y no fue una inocentada.
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