Las instalaciones de Ifeca acogieron este pasado fin de semana la 23ª edición del Salón Manga de Jerez, en su versión otoñal. Allí no faltaron los estands con infinidad de productos relacionados con el universo friki, desde cómics hasta figuras de acción, pasando por videojuegos, comida de importación y artesanía eminentemente orientales. Sin embargo, si esta feria 'otaku' es posible es por el interés de sus asistentes, que cada año aguardan la llegada del evento (ahora bianual al celebrarse su vigésimo aniversario) para lucir sus disfraces o 'cosplays' y pasar un rato con amigos jugando, bailando o compartiendo abrazos gratis.
Es costumbre que los adultos alejados de este universo del frikismo imaginen que el Salón Manga es cualquier cosa, excepto lo que realmente es. La mayoría de visitantes en estas convenciones son chicos y chicas jóvenes, en bastantes ocasiones acompañados de sus familiares, a los que simplemente les apasionan la lectura, el cine, las artes plásticas y las actividades de entretenimiento. Ni son una panda de asociales, ni son 'ni-nis' que ya se acercan a la cuarentena y desperdician las horas encerrados en su habitación pegados a una pantalla. De hecho son, por lo general, personas con un intelecto por encima de la media, creativas y sencillamente incomprendidas por ello y por sus peculiares aficiones.
Es lo que ocurre cuando destacas por ser diferente y te sales de la norma, que eres rechazado. En consecuencia, el término 'friki' se toma como insulto, si bien esta chavalería hace gala de él. Y con razón deben estar orgullosos, porque ellos mismos saben que son gente con gustos sanos y que quizás experimentan su madurez de una forma diferente a la común, pero no por ello menos válida. Porque díganme ustedes si prefieren tener a un hijo de 14 años que se viste de Naruto y participa en luchas con espadas de gomaespuma entre sus colegas, o bien otro de la misma edad que llega a casa de madrugada con una decena de cubatas encima y tras otra pelea, en este caso a puños. El primero quizás pida como regalo de Navidad una figura de Goku que vale 50 eurazos, sí, pero que es toda una pieza de arte que ha sido pintada a mano y que desea contemplar en su estantería. El segundo querrá los 50 euros para acabar por los suelos en el cotillón de Nochevieja.
El friki, una vez que consiga su primer sueldo estará pensando en los viajes que hará a Japón, a Estados Unidos o a Inglaterra. Allí podrá conocer los estudios cinematográficos donde se ruedan sus producciones favoritas, además de museos y tiendas con artículos de coleccionismo. El chico normal, que de hecho es de los más populares del instituto, tendrá en mente qué coche deportivo comprarse y qué llantas añadirle sin más objetivo que el de presumir.
Otro aspecto que no puede ser obviado es el civismo imperante en el Salón Manga, con suelos impecables y sin apenas un residuo. Hay que admitir que gran parte de la responsabilidad está también en la organización que comanda Chema Ruiz de Quintanilla, donde la limpieza continua es parte importante en el funcionamiento. No obstante, el público asistente hace un uso absolutamente responsable del entorno, lejos de lo que haría el grueso de la otra juventud, esa parásita de los botellones y las fiestas sin razón por la que celebrar.
Así que hoy rompo esta lanza a favor de los frikis, para que alcen la cabeza por ello y sigan siéndolo hasta que mueran. Para que defiendan su modo de vida, desoigan las críticas prejuzgadas de los demás y vivan a su manera. Si algún día soy padre querré un hijo que no haga daño a los demás y tampoco a sí mismo. Un hijo alejado del ocio dañino y que valore la cultura. Yo prefiero un hijo friki.
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