¿Qué es la mili, papá? Una gran mayoría de los jóvenes de hoy en día desconocen que es eso del servicio militar que dejó de ser obligatorio en España en 2001. Muchas batallitas, guardias y amistades para toda la vida quedaron guardadas para siempre en la memoria. Y ahora regresan con
Yo hice la mili. De Peluso a bisabuelo, un libro de obligada presencia en nuestro
especial sobre libros de otras generaciones.
Y aunque parece ya casi perteneciente a tiempos prehistóricos, no hace tanto de los toques de diana para despertarse con el “quinto levanta, tira de la manta…”. Obra de Melquíades Prieto y con edición de Edaf, el libro es una auténtica caja de recuerdos que está haciendo las delicias entre esos abuelos y padres que, cada dos por tres, empiezan a contar historia de cuando hicieron la mili.
Y entonces vuelven al lugar en el que sirvieron para contar las guardias que tuvieron que soportar y los fines de semana que se quedaban sin poder volver al pueblo para ver a la novia por culpa de algún alto mando cargo que se había pasado con los castigos. Aquellas anécdotas, aquellas vivencias, son parte de un libro que también tiene hueco para la historia militar de los dos últimos siglos.
Perfectamente ilustrado, con imágenes curiosas -como la del sorteo del destino de los quintos o el calendario de la mili-, tampoco faltan datos y detalles de aquella milis pasadas. “En cada compañía, el furriel era el puto amo. Era lo que hoy se llama un cargo de confianza; tenía despacho, y la llave de todo: Desde unas botas, una gorra nueva, una manta, o la lista de los servicios de cuartel que tocara a la compañía: cuarteleros, imaginarias, etc. Era el tirano de las cosas. Nadie podía llevarse mal con él. Podía ser relevado, sustituido, pero, en el ejercicio diario, era fundamental”.
El libro concluye con un vocabulario muy peculiar que nos llevará, con el petate a cuesta, desde la cantina a zapatear junto a la novia. Todo esto con mucho cuidado para que no nos metan un puro y nos toque pelar patatas. Así que “¡compañía, sospecha, cierren taquillas!”.
“Entre todas las garitas siempre había alguna maldita, solían ser las más apartadas o las del polvorín. En muchos cuarteles corrían historias de suicidios o de muertes por falta de identificación. Casi siempre eran asuntos exagerados, pero lo cierto es que con tantos años y con tantos reemplazos de muchachos expuestos a la presión de guardias en condiciones poco propicias no puede extrañar que se produjeran desgracias”.