Caminando por la Plaza Plateros, al doblar en dirección a la calle José Luis Díez, luce un azulejo con un nombre singular de la historia reciente de Jerez: Padre Luis Bellido. Automáticamente me viene a la mente el apelativo cariñoso, digno título para una película: ‘El Padre bicicleta’.
Le entrevisté, a mitad de los 90, en su despacho, junto a la Iglesia de San Dionisio, de donde fue párroco varias décadas. Un buen día me decidí a llamarle para concertar la grabación, cuyo comienzo y saludo conservo en mi memoria como si fuera ayer. Me invitó a tomar asiento y comenzamos:
-Don Luis, buenas tardes ¿cómo está usted?
-Aquí estoy, con permiso del sepulturero… (no dudaba en utilizar el humor negro).
Interrumpimos la entrevista en un par de ocasiones, porque bajó a dar dinero a una madre de familia a quien iban a cortar la luz, y pedía ayuda al párroco.
Durante unos quince minutos el recordado sacerdote habló de su vida, de su vocación y de las prohibiciones que le había prescrito el médico: ni fumar, ni pintar. A este hombre de Dios le apasionaba pintar y fumaba tabaco negro.
Don Luis Bellido era un cura carismático, todo un personaje. Cuentan quienes le trataron de manera más cercana que era parco en palabras. Sobrio, pero profundo. Y no se callaba ante el mal ajeno. Ponía a la gente en su sitio con una simple mirada o con una frase corta, fuera quien fuera. Como bien recordara Juan de la Plata, una Semana Santa, el ministro jerezano Manuel Lora Tamayo, desfilaba en la presidencia de una hermandad. Al llegar a la altura de San Dionisio, el Padre Luis Bellido se le acercó. Le pidió amablemente que ‘echara una mano’ para restaurar la iglesia. La respuesta, relata el historiador, fue que “en España había muchos templos en ruinas”. La reacción del cura fue inmediata, respondiendo “pero ministro de Jerez sólo hay uno”. Y se marchó, sin esperar réplica del mandatario.
En la entrevista, momento imborrable, no pude ni quise evitar preguntarle por aquello de ‘Padre bicicleta’. Bellido se sonrió, lo que le provocó un pequeño ataque de tos. Me contó el origen del popular apodo. Su medio de locomoción había sido, durante años, justamente eso: una bicicleta. En sus años en El Puerto de Santa María se forjó la imagen de “un cura en bicicleta, con la sotana ‘reliada’ a la cintura, cogiendo carrerilla cuesta abajo, desde la calle San Juan”. A estas alturas, aún hay quien confunde el origen de la etiqueta, achacándolo a su rapidez dando las misas, en veinte minutos o poco menos.
Este personaje despierta recuerdos entrañables entre quienes le conocieron; como el periodista de Canal Sur Salvador Gutiérrez, quien de chaval fuera su monaguillo:
Los domingos, mis padres me llevaban al campo. Llegábamos a Jerez, me duchaban y… a Misa con Don Luis. En más de una ocasión, mientras leía sus veloces e intrépidas homilías con aquel soniquete cantariego, yo permanecía sentado detrás y, con tanto traqueteo del domingo, me quedaba dormido. Recuerdo que, una vez, se hizo el silencio. Tras decir “Oremos”, miró hacia atrás y pudo verme plácidamente dormido. Cuenta mi madre que se le escapó una sonrisa: “Es que el niño va al campo por las mañanas”, acusó a los presentes. Se acercó más al micrófono y repitió la llamada, esta vez más alto, con lo que me desperté de un salto ante el regodeo de todos.
El doctor Francisco Rábago Vega le conoció siendo un niño:
Era muy amigo de la familia. Yo participaba en aquellas carrerillas en bicicleta que dieron lugar al apodo. Vivió para su ministerio, para hacer bien a los demás sin mirar a quién. Era un hombre muy comprometido con la juventud. Me casó, bautizó y dio la comunión a todos mis hijos. Hay muchas anécdotas curiosas, por ejemplo, las colas de ciegos que por la noche iban a venderle, a la puerta de San Dionisio, los cupones que tenían que quedarse porque no habían logrado venderlos a tiempo. Mantuvimos una gran amistad hasta el momento de su muerte, ya en mi clínica, donde le asistí.
El Padre Luis Bellido Salguero nació en Jerez, en 1924. Falleció el 5 de marzo de 2000. Sus restos descansan en la Iglesia Parroquial de San Dionisio. Sin duda, un cura irrepetible.
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