La complicidad del silencio

11/01/17 +Jerez Antonio Aguayo
Ayer, tras siete años de acaecidos los hechos, se ha hecho pública la sentencia de un juzgado de Sevilla que condena a siete años de prisión al catedrático de la Facultad de Ciencias de la Educación y ex decano de la misma, Santiago Romero, por abuso sexual continuado entre los años 2006 y 2010  a dos profesoras y una becaria, al tiempo que condena a la Universidad Hispalense, como responsable civil subsidiaria, al pago de una indemnización a cada una de las víctimas.
Siete años por arruinar tres vidas no parece una pena excesiva, máxime cuando el autor de los abusos ha seguido impartiendo sus clases con normalidad, en tanto que sus víctimas vieron truncadas sus vidas y sus carreras profesionales. Es sorprendente lo barato que resultan algunos delitos en este país. Lo realmente indignante es que la Universidad, conocedora de los hechos, no haya tomado medidas adecuadas a la gravedad de los hechos, haya permitido la docencia y su libre actividad durante todo este periodo de tiempo, en el cual, para mayor indignación, al dicho catedrático se le concedió por parte del Consejo Superior de Deportes en el año 2010 la Medalla de Plata al Mérito Deportivo, como reconocimiento a su trayectoria profesional.
Fueron cuatro años de abusos, de coacciones, de humillaciones, basándose en su superioridad jerárquica con respecto a las víctimas, con amenazas de pérdida de puesto de trabajo o de truncar su carrera profesional e investigadora. Mucho tiempo, demasiado para que no se actuara de oficio por parte de las autoridades académicas. Mucho tiempo, demasiado, para que los demás compañeros y colegas no dijeran nada. Demasiado tiempo de silencio, de complicidad, de aquiescencia  corporativismo. Estas actitudes de abuso, de prepotencia, son a menudo toleradas, consentidas, y en muchos casos jaleadas en base a un corporativismo solidario y cómplice. Siempre se apoya al de mayor jerarquía, y si es hombre, mejor. Es mejor no pronunciarse antes de una sentencia firme, tan sólo se trata de un presunto delincuente, pero mientras, las víctimas no son presuntas, son reales. Su sufrimiento, físico y moral no admite dudas. Pero a ellas no se les tiene en cuenta. Muchas veces, demasiadas, son las víctimas las que han de dejar su puesto de trabajo, pedir el traslado si les es posible, o pedir la baja por depresión, en la mayor parte de los casos.
Este caso no es un caso aislado. Lo es la sentencia, algo inusual en nuestro sistema judicial. Si hubiera más sentencias condenatorias probablemente los acosadores tendrían más cuidado con lo que hacían. Pero una condena de este tipo es la excepción. Mientras tanto estos auténticos delincuentes sexuales siguen campando a sus anchas en su actividad depredadora. Hay miedo por parte de las mujeres, víctimas de acoso y violencia. Miedo a denunciar, miedo a las represalias, miedo a perder el puesto de trabajo, miedo a la incomprensión por parte de los compañeros y compañeras, miedo a la sociedad. En eso se basan los depredadores, en el miedo, en su superioridad jerárquica. Son conscientes de su mediocridad, de su impotencia, de su falta de valores. Son conscientes de que si no fuera por su autoridad sobre las víctimas, ellas ni siquiera se fijarían en su presencia, insignificante y vulgar. Utilizan el acoso, el abuso, como reafirmación de su masculinidad, de su hombría, de su valor, del que ellos saben positivamente que carecen.
¿Cuántos casos como el ahora conocido siguen teniendo lugar en nuestra sociedad? No es la Universidad el único lugar en que se producen estos abusos. Es cierto que es un lugar idóneo para ello, dada la superioridad del catedrático sobre compañeras y alumnas, pero no es el único. Depredadores sexuales los hay en todos los ámbitos de nuestra sociedad, y todos conocemos casos, más o menos flagrantes. Lo importante, lo realmente acuciante, es la necesidad de una concienciación de la sociedad que haga inviable este tipo de conductas. No se puede mirar hacia otro lado, no se puede ser cómplice de este tipo de actitudes.
Es cierto que nuestros modelos de comportamiento están cambiando muy deprisa, y hay ciertas actitudes, ciertos consentimientos que ya no están bien vistos, al menos en apariencia todos queremos ser políticamente correctos, pero lo cierto es que seguimos viviendo en una sociedad patriarcal en la que las dichas actitudes son toleradas, al menos con el silencio, con una solidaridad cómplice, tan culpable como la del que lleva a cabo el acoso. Con esta complicidad y silencio es con lo que cuenta el depredador para actuar impunemente. Sabe que pocos se solidarizarán con las víctimas. Aún hay diferencias. Aún hay clases.
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