La palabrería fullera

21/11/20 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Hablar y hablar y hablar para no decir nada o, mejor aún, para mentir con descaro. Es todo un arte de la política. ¿Hay políticos nobles y de ley? ¿Dónde están? ¿Cómo se llaman? ¿En qué partido militan? Alguno sí que hay. Se les puede hallar en la política local. Cuanto más pequeño sea el terruño, mejor. Posiblemente, la rectitud tenga que ver con el poder o, mejor dicho, con la falta de él. A más poder, más responsabilidad, más prebendas y más miedo a perder el estatus "poderoso". 

Desde hace tiempo, siento rechazo por la política en general y la española en particular. La civilización creó la política como un mal necesario para el gobierno social y, como toda creación humana, el invento sufre, desde sus inicios, de mil y una perversiones y algún que otro acierto. La Historia nos ha demostrado que los seres humanos llevamos la corrupción en los genes y la política no podía ser una excepción.

La democracia actual apuesta por el sufragio universal y, si alguien osa decir que el derecho a voto universal es un error, sería descalificado de inmediato. ¿Usted qué cree: Sería necesario que el voto fuera cualificado?, ¿Que el elector, antes de votar, superara un examen de capacitación…? Plantear esta cuestión se antoja una entelequia. Pero los inventores de la democracia, palabra griega que significa «el poder del pueblo» los atenienses, allá por el siglo V antes de Cristo, no contemplaban el sufragio universal… Las decisiones de gobierno las tomaba una representación de ciudadanos varones. Los esclavos eran, sin embargo, mayoría en aquella sociedad.

Hoy nos limitamos a acudir a las urnas cada cierto tiempo a depositar nuestro voto. Un ciudadano, un voto. Y todos cuentan. Eso nos dicen nuestros redentores políticos, mesías reencarnados que se erigen como los necesarios salvadores. Y llegan las campañas electorales con promesas grandilocuentes y frases para enmarcar. El éxito de un político, hoy, es el éxito del populismo y la demagogia. Sin más. Es el éxito de la palabrería fullera.

Vivimos atrapados en un sistema enfermo con un Estado elefantiásico aquejado de gigantismo. Y los políticos actuales no forman parte de la solución, sino del problema. Haría falta una verdadera revolución social para desmontar este teatro del que formamos parte todos, aunque no nos guste. Pero, ¿quién es capaz de encabezar ese proceso? ¿Cómo se podría arbitrar un cambio profundo sin que la sociedad se enfrentara disputándose la nueva gobernanza? No tengo la respuesta. Solo sé que el hartazgo social, para muchos ciudadanos de bien, es cada día mayor. La pandemia ha reventado muchas costuras económicas y sociales además de, por supuesto, suponer una tragedia para miles de familias. Pero la deriva política que discurre en paralelo es, también, un golpe para la sociedad en su conjunto. Si los políticos actuales fueran personas dignas, habrían dejado el sectarismo y se habrían entendido por el bien común. 

¿Por qué en este país es impensable un gobierno de concentración entre los partidos que aglutinan la mayor parte de los apoyos? ¿Son acaso sus posicionamientos radicales, extremos e irreconciliables? No. No lo son. O no deberían serlo. Pero sí son egoístas y quieren el poder omnímodo sin conceder, dialogar, negociar, pactar… en suma, hacer política. 

Hoy, las ínfulas de un narcisista patológico están demoliendo a todo un partido como el PSOE, que ha traicionado la memoria de más de 800 víctimas del terrorismo y de sus familias. En su discurso, es rentable por un lado rescatar del olvido los sucesos de hace 80 años —recordar la guerra civil parece funcionarles bien— y, por otro, olvidar el terrorismo reciente que asoló España hasta hace nueve años. Es absolutamente deleznable considerar dignos a quienes hoy siguen justificando el terrorismo por razones políticas, no condenan la violencia y homenajean a quienes masacraban a inocentes. La Historia juzgará, seguramente, a los actores que hoy protagonizan esta repulsiva película.

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