Matar en nombre de un dios

30/01/23 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

Soy de los que creen que no hay que creer. Me refiero a la fe, esa creencia en algo intangible e indemostrable que convierte a los seres humanos en creyentes esperanzados. Soy de los que cree que la vida presente es la única vida real porque, que yo sepa, nadie ha hecho una excursión desde el más allá hasta el más acá para contar que hay otra vida después de terminada la terrenal. Por lo tanto, soy de los llamados agnósticos, personas que no otorgamos veracidad a nada que no pueda ser demostrado fehacientemente.  

Considero este preámbulo necesario para abordar la cuestión señalada en el título, siempre desde el respeto a las opiniones que difieren. Las religiones y los dioses celestiales, a mi juicio, no son más que invenciones que el ser humano creó para dar sentido a la vida y encarar la muerte con mayor presencia de ánimo. Si alguien piensa que después de la muerte seguirá viviendo otra vida aún mejor que la que se acaba, no cabe duda de que afrontará su final con mayor entereza. Aunque bien es cierto que la mayoría de los más fervorosos creyentes no tiene la más mínima gana de marcharse de este, mal llamado, valle de lágrimas.

A lo largo de la historia pues, los dioses y las religiones siempre han sido excusas hábilmente manejadas por quienes ostentaban el poder para chantajear al vulgo, esa masa de población por lo general inculta y por tanto fácilmente manipulable. En aras de dioses se han cometido y justificado los actos más atroces, los más viles crímenes, porque los designios de los dioses son los que marcan el destino de la gente. Los autoerigidos mensajeros de los dioses, a veces incluso presentándose como la misma encarnación de un dios en la tierra, han gobernado a su antojo siempre valiéndose de su vínculo celestial.

"La religión es el opio del pueblo", dijo Karl Marx, intelectual y filósofo alemán del siglo XIX. No puedo estar más de acuerdo. Así pues, considero que la religión puede jugar un papel sano, si favorece una vida honesta, responsable y esperanzada; pero también puede convertirse en un arma que propicie la barbarie. Todo depende del fervoroso creyente, de quienes orienten su camino de fe y de cómo se construya su creencia.   

Simplificando podemos decir que existen siete tipos de religión en el mundo. Por orden de seguidores estaría el cristianismo, el islam, el hinduismo, el budismo, el judaísmo, el taoísmo y el sintoísmo. Desde occidente consideramos que los musulmanes tienen una fe equivocada con Alá como Dios, Mahoma como profeta y el Corán como libro sagrado. Los musulmanes entienden que son los católicos y cristianos los equivocados. En el fondo, tanto da lo que piensen unos y otros. Lo importante es el respeto a las creencias de cualquiera mientras esas creencias no le radicalicen y le conviertan en un asesino. 

El integrismo islámico es una realidad, mal que les pese a sus líderes religiosos, la inmensa mayoría personas de bien. El terrorismo atroz, a veces suicida en nombre de Alá, es una preocupación desde hace décadas. Es estúpido entrar en comparaciones como hizo hace unos días Núñez Feijoò diciendo que los católicos no hacían lo mismo. Habría que recordarle al locuaz dirigente popular algunos pasajes de la historia como las cruzadas, por ejemplo. 

Lo ocurrido en Algeciras, con un sujeto de 25 años inmigrante marroquí irregular como vil asesino, ha puesto de nuevo sobre la mesa la amenaza del integrismo religioso. Cualquier individuo capaz de matar por razones religiosas no es que sea un demente, no. Es un tipo trastornado por una fe que interpreta de forma maligna y le convierte en un terrorista orgulloso de serlo. El miserable, después de matar al pobre sacristán rematándolo en el suelo, no dejó de jactarse de su acción. En la foto que ha trascendido en dependencias policiales se le puede ver con un rictus de sonrisa en la cara. 

El yihadismo, entendiéndolo como una expresión violenta y extremista del islam, es una amenaza permanente. Y aunque no se puede lograr nunca el riesgo cero ante la locura atávica de integristas radicalizados, el empeño ha de ser el de protegernos todo lo posible de ataques como el de la pasada semana en Algeciras. Las Fuerzas de Seguridad han de estar vigilantes, pero también los ciudadanos deben estar alertar para advertir cualquier amenaza. La locura religiosa es una realidad que, por desgracia, no desaparecerá por arte de magia.

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