Sociedad enferma

20/05/23 +Jerez Opinión: Ángel G. Morón

El terrorismo posiblemente sea la acción más horrible y nauseabunda que puede cometer el ser humano. El terror como una amenaza permanente ha sido, hasta hace bien poco, el día a día de la ciudadanía española. Es un pasado reciente, muy reciente. Hoy muchos, sin embargo, tienen una memoria cortita o tal vez selectiva. Los jóvenes veinteañeros no lo vivieron y los treintañeros apenas podrán recordar algún atentado atroz. El resto de la sociedad, una mayoría, sí vivió el horror del terrorismo etarra. Asesinatos de políticos, agentes de los cuerpos de seguridad del estado, empresarios, ciudadanos de a pie…porque los 'gudaris', esos mal llamados soldados, guerreros de la patria vasca, a menudo asesinaban indiscriminadamente para de ese modo hacer pensar a los ciudadanos que todos podrían estar en la diana del azar mortal.

En cifras los números de la banda terrorista ETA serían 853 asesinatos, 2.632 heridos, 86 secuestrados, 3.500 atentados y unas 7.000 víctimas en poco más de medio siglo de acción terrorista. Desde el primer atentado, en 1968, los etarras mataron a 206 guardias civiles, 149 policías nacionales, 86 militares, 32 políticos, sobre todo del PSOE y del PP, 24 policías municipales, 13 ertzainas, 10 profesionales de la administración de justicia y un mosso de esquadra. El resto, 332 personas, ciudadanos de a pie. De ellas, 22 menores. Esto no es una estadística sin más. Detrás de cada número hay un ser humano y una familia que multiplica indefectiblemente el dolor.

Cada vez que esos malnacidos mataban a alguien acababan con una vida, pero destrozaban muchas más; marcaban para siempre las de todos los familiares y allegados, despedazando ilusiones y desdibujando futuros. Ser familiar directo de una víctima del terrorismo era y es una tragedia permanente. Al dolor por la muerte prematura de un padre, una madre, un hijo, un hermano se le sumaban la incomprensión y la falta de empatía de una sociedad que aislaba a las familias volviéndolas a victimizar obligándoles a llevar el duelo con miedo y en silencio; un silencio atronador. La sociedad vasca en su conjunto ha sido rehén del terrorismo de ETA. Los habría, y aun hoy los habrá, convencidos con la causa del movimiento de liberación nacional vasco. Los habría, y aun hoy los habrá, que justificaran y sigan justificando la barbarie. Pero también los habría, y aun hoy los hay, que guardan un cobarde silencio, no vaya a ser que alguien les mire mal por no entender como necesaria la violencia en aquellos años de plomo. 

ETA es pasado, pero un pasado reciente que sigue en el presente para quienes la sufrieron en primera persona. Y continúa en el debate mediático y público por culpa de la política, de la maldita política. Unos y otros intentan sacar rédito de la controversia creada con las listas electorales en Euskadi para los próximos comicios municipales. 

El brazo político de los terroristas, los herederos con chaqueta y discurso, forman parte de la democracia española. EH-Bildu, la antigua Herri Batasuna, hoy condiciona la gobernabilidad de todo el país y es vital en acuerdos de gobierno como el de Navarra. Allí rige una socialista gracias a un acuerdo con Bildu, ese partido con el que decía Pedro Sánchez que jamás pactaría. 

Bildu ha puesto sobre la mesa a ETA con sus candidatos municipales, 44 ex miembros de la banda y 7 de ellos con delitos de sangre. Su inclusión en las listas no es que sea un despropósito es una auténtica vergüenza, sin ambages. Es proclamar a los cuatro vientos que agua pasada no mueve molinos y que lo pasado, pasado está. Y no, los miserables son unos desgraciados y no pueden ser disculpados si no entonan antes un mea culpa, sin un arrepentimiento explícito. No hay redención posible para quienes no se retractan de sus fechorías y no piden perdón a quienes masacraron y jodieron la vida para siempre. La anunciada renuncia al acta de concejal, caso de ser elegidos, de los siete exterroristas condenados por matar no es un gesto digno de agradecer. Es el resultado del cálculo electoral. Los cerebros del partido piensan que de esta manera lanzan un mensaje beneficioso a la ciudadanía. El terrorismo es pasado. Las pistolas ya no hablan. Ahora hablan los políticos. Pero esos políticos cargan a sus espaldas con lápidas muy pesadas de las que no se pueden desprender a menos que renieguen del pasado terrorista. 

¿Puede un asesino reinsertarse en la sociedad? Pues depende. No siempre es posible. Hay delincuentes irrecuperables que vuelven a vivir en sociedad y reinciden en sus fechorías. Hay personas que no merecen segundas oportunidades, aquellas que no se arrepienten sinceramente de su maldad. Yo no querría a un ex terrorista cerca de mí ni de mi familia. Y tampoco lo querría ver en un cargo público cobrando a costa de los ciudadanos.

¿EH Bildu tiene derecho a existir y proclamar sus consignas defendiendo la independencia vasca? ¿Es legítimo ese discurso? Pues sí, pero…siempre hay peros. El problema que aun no han resuelto los independentistas vascos es su empecinamiento en evitar la condena expresa del terrorismo y además su negativa a pedir perdón a todas las víctimas. El problema es que no hay una retractación de la barbarie. Y el problema, sobre todo, es que esa posición cuenta con un respaldo social no precisamente desdeñable. Así las cosas, se demuestra que en Euskadi hay una sociedad enferma que sigue justificando el terrorismo en aras de un propósito que podría ser respetable. Los hay que consideran que fue un mal necesario para lograr un objetivo político. Pero ocurre que el fin político jamás puede justificar los medios asesinos. 

El terrorismo de ETA no puede ser olvidado, así como así. Las heridas que provocó pueden haber cicatrizado, pero siguen doliendo. Sólo el arrepentimiento y la contrición podrían llevar al perdón, que no a la justificación, y a la reconciliación. No parece, sin embargo, que la sociedad vasca esté cerca de encontrar esa tan necesaria paz social.

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