Un libro para hablar bien en público y cambiar la dirección del miedo

08/06/18 +Jerez Pedro Toril

Hablar bien en público es una habilidad que en muchas ocasiones no se enseña en los colegios, en los que los esfuerzos suelen centrarse más en la expresión escrita que en la oral. Bárbara Pastor es la fundadora de Oratoga in Aula, un proyecto de oratoria en el aula y la empresa, y es además directora del certamen de oratoria para estudiantes de secundaria y bachillerato. 

Hablar es de las primeras cosas que se aprenden. ¿Por qué tenemos miedo a hablar cuando crecemos? 

Porque nos sentimos juzgados, lo cual no ocurre cuando somos pequeños. Basta con mirar a los niños en sus primeros años; pelean por ser los primeros en hablar…”¡lo cuento yo, lo cuento yo!” Lo único en que piensan es en disfrutar de contar una historia, no dejan lugar ni espacio al miedo. Tienen algo que contar, y lo cuentan. Esto es lo que deberíamos recuperar de nuestra infancia. Y los adultos, ser más cuidadosos a la hora de juzgar a los demás.


¿Qué intenta transmitir realmente con este libro: ¿que hay que dejar atrás el miedo, confiar en uno mismo o que cada uno tiene la propia llave para poder comunicarse efectivamente? 

Todo en uno: Conócete a ti mismo, y podrás hacer todo lo que te propongas. Los límites los pones tú, no la inseguridad ni los complejos originados por las miradas críticas de quienes te escuchan. Al hablar en público, eres tú quien debe mirar a la audiencia. Y no al revés. Eres tú quien da el mensaje, y no al revés. Para que esto tenga efecto, tienes que cambiar la frase:
“Tengo que decir algo” por “tengo algo que decir”. Con ello, transformas la obligación en voluntad. Y la voluntad la controlas tú.


¿Por qué ha sentido la necesidad de comunicar este mensaje al público? 

Porque está demostrado que la causa principal de los problemas de la sociedad está en la mal comunicación. En el ámbito privado y público. Y en mi ámbito profesional, la causa de una mala comunicación afecta a todos, porque en el ámbito docente es la causa del fracaso escolar y del estigma que tanto daño hace a quienes lo sufren. Una buena comunicación nos da la oportunidad de intentar resolver conflictos. Y los conflictos, afectan a quienes los producen y a quienes los sufren. Comunicar significa “poner en común”. Y ya va siendo hora de que pongamos en común lo que nos afecta a todos.


¿Por qué necesito saber hablar en público? Porque es la forma habitual de comunicarse en cualquier ámbito profesional”. Eso dice la introducción del libro, pero ¿sólo en el ámbito profesional? 

Mi pregunta planteada en la introducción mira hacia el horizonte profesional, que es el destino inevitable en el que todos pensamos cuando nos estamos formando. Podríamos establecer una equivalencia con estas preguntas: “¿Por qué necesito saber inglés o manejar un ordenador?” Naturalmente, estas preguntas miran al horizonte profesional y sus exigencias ineludibles. Es obvio que se trata también de necesidades cotidianas. Pero este libro va dirigido al ámbito profesional, y a la evolución que éste nos va a exigir a lo largo de toda la vida.

Nada más empezar habla de la pizarra y el bolígrafo rojo como culpables del miedo de hablar en público. ¿Qué debemos cambiar dentro de las aulas para mejorar las capacidades comunicativas de los adultos del futuro? 

Volviendo a lo dicho en la primera pregunta: Evitemos juzgar, y propiciemos el error como punto de partida para el aprendizaje. El bolígrafo rojo debería estar desterrado de las aulas; representa el fallo, la equivocación, el castigo: lo que hacemos mal. Y la escuela no debería dar tanto pábulo al castigo sino al mérito como consecuencia de haber caído en un error. Aprendamos de otros países, en los que el error es considerado un paso imprescindible para llegar al acierto. Por eso, en inglés, suspenso se dice failure “fallo”. Sólo cuando hemos fallado en algo, reforzamos las ganas de saber por qué nos hemos equivocado.
En cuanto a la pizarra, en lugar de aprovecharla para demostrar qué útil es equivocarse y luego corregir, la escuela la ha convertido en patíbulo para escarnio público. Bueno, no siempre es así. Pero lo es en mi caso, y por eso sentí la necesidad de escribirlo en la introducción. Por esta razón, yo nunca obligo a mis alumnos a “salir a la pizarra”. En su lugar, les invito a compartir lo que entre todos vamos aprendiendo. Y procuro darles confianza para que lo expongan en público, siempre con intención de ayudar. Jamás, con voluntad de juzgar o de humillar. Eso corresponde a otros tiempos.


Hablando de educación. Los powerpoints son muy utilizados a la hora de exponer en universidades, institutos y colegios tanto por alumnos como por profesores. ¿Se deben utilizar? ¿Son ángeles salvadores del ponente o el mismo diablo disfrazado? 

Se deben usar, exclusivamente, como soporte para mostrar datos concretos. Nunca, como pantalla de refugio o de distracción. Por muy bueno que sea un powerpoint, de nada servirá si nuestra forma de explicar su contenido es pobre o poco convincente. La fuerza de una presentación está en quien la hace, no en el soporte que utiliza. Y aunque sea muy bueno lo que mostremos en pantalla, jamás desviemos la mirada del público para refugiarnos en gráficos, estadísticas o imágenes.


Por último, ¿qué hay que hacer para comunicarse bien? ¿Basta con dejar atrás el miedo, es más importante la ropa utilizada, la capacidad gestual…?

Lo único que importa es:
Tener algo que decir.
Y no…
Tener que decir algo.
Una sonrisa conecta de forma eficaz. Con ella se abre un puente de conexión con el público, que espera de nosotros cosas positivas. El miedo, no está entre ellas. 

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